sábado, 4 de noviembre de 2023

ALEJANDRO

A mi querida hija Mar




Viniste hoy que yo no te esperaba,

cuando mi huerto ya no florecía.

Viniste y has traído la alegría

de un Noviembre que yo ya no soñaba.


Fué milagro de amor que cuando estaba

sin flores mi jardín y no decía

el pájaro su dulce melodía,

flores hubo y el pájaro cantaba.


¡Fué milagro de amor! Te dije "espera"

y fuí al rosal que ya no daba rosas

y rosas florecieron. Tan hermosas

que volvió a renacer la Primavera.


Serás cruz en la proa de mi velero,

ancla cuando te coja entre mis brazos

para poder decirte que te quiero.


Serás sin vacilar quilla en mi barca, 

atajando la Mar con ágil vuelo.

Y yo seré el timón que ha de guiarte

Alejandro: porque ya soy tu abuelo.






lunes, 7 de enero de 2013

El espejito mágico

Cuentan que hubo una vez un singular ladrón de tiempo. Se acercaba a sus víctimas con un artilugio mágico y, con un misterioso gesto, les robaba una pequeña fracción de sus vidas. Con todos esos breves instantes sustraídos iba amasando momentos: unas porciones de tiempo de mayor identidad que depositaba cuidadosamente en un arcón secreto.


Cuentan que fue una noche de invierno cuando el usurpador de tiempo abrió sigilosamente el arcón secreto y contempló asombrado cómo brillaban multitud de minúsculos corazones. Eran pequeñas porciones de radiantes vidas y, juntas, agrupadas en ese arcón, se manifestaban como un recuerdo. Como una síntesis de una nueva vida.

Regalo para el abuelo. Reyes 2013


Cuentan que fue entonces cuando el ladrón tuvo una revelación. Supo que tenía que devolver ese tesoro. Se percató que, de esta manera, todos los momentos extraídos contribuirían a formar una nueva vida llena de bellos recuerdos.

Y cuentan que, bajo el sol del amanecer y asistido por las artes mágicas de una hechicera muy especial, recogieron esos momentos del arcón secreto, los encerraron en un espejito mágico y los confiaron a los Reyes Magos para que fueran retornados.


Sabían que, así, todos esos bellos momentos serian recordados y compartidos por los corazones que brillarían reflejados en el espejito mágico. Pero sabían que, así, de una manera muy especial, esos momentos y esos queridos corazones destellarían para siempre en lo más profundo del alma de esa nueva vida.




 


Feliz VIDA !!!

miércoles, 4 de enero de 2012

Carta de dos Reyes al otro Rey

Mañana, Álvaro, trocito de mi vida, vivirás la noche más mágica del año. Tus deseos se harán realidad por el arte mágico que sólo nace del Amor y la Generosidad. Todo lo que pediste en aquella carta que te ayudaron a redactar, aparecerá en tus zapatitos limpiados para la ocasión.

Pero, sin embargo, ahora que tú y yo estamos solos, quiero contarte una duda que siempre tuve. Y mi duda consiste en pensar que si todos los humanos, llegando este día, escribimos cartas a los Reyes Magos pidiendo nuestros regalos justificando habernos portado bien, a ellos, que son los mejores, los más bondadosos, ¿ quién les regala? ¿ qué regalos pueden traerles?.

Cuentan, querido niño, que un día el Rey Gaspar estaba triste porque se hacía la misma pregunta. Él, viajero incansable, que desde Oriente acudía puntualmente a la cita cada noche del 5 de Enero de cada año durante muchos siglos, nadie había reparado en que también deseaba un regalo que premiara su bondadoso carácter. Sus compañeros de viaje, repararon que aquél año Gaspar cumplía con su misión, pero ya no subía los balcones ni trepaba chimeneas con la jovialidad de años anteriores.... Y comenzaron a preocuparse.

Melchor, el más anciano y más sabio de todos ellos, tomó la iniciativa, pues le preocupaba ver triste a Gaspar y no queria que aquello acabara por arruinar la ilusión de millones de pequeños que, como tú, Álvaro, esperaban ansiosos el nuevo amanecer del Día de la Ilusión. Por eso, propuso a Baltasar escribirle a los Reyes Magos una carta pidiéndole un regalo para su compañero y amigo Gaspar.

Y esa carta, que llevaba en el pico el Pájaro Pinzón y que pude leer mientras descansaba en el alfeizar de la terraza, mirando los geranios que ya me ayudas a regar, decía así:


" Ante el caos del universo en constante expansión, la imparable entropía de la materia y el desorden por doquier que reina en el mundo, el hombre ha generado un afán innato de ordenarlo todo.

Ahí tenemos ejemplos de las bibliotecas con libros clasificados por materias y autores, de ficheros de texto -y fotos!- convenientemente archivados en carpetas virtuales de nuestro ordenador, de museos guardadores de restos de cualquier aspecto del pasado o de coleccionistas de todo tipo de adminículos al estilo del señor Marés.

Además, en otros aspectos de poner orden al precipitado desorden que nos rodea, tenemos ejemplos como los botellines de tercio empaquetados de a seis y, a su vez, en retráctiles de sesenta sobre palets de madera, guardados en formación de tres por diez por dos de altura dentro de un container de transporte y dentro, a su vez y junto a muchos containers más, de la bodega de un buque dispuestos a triunfar, como San Miguel, en el nuevo mundo. Una cantidad ingente de cerveza, en una cantidad aún más irreverente de envases. Todo un despilfarro… no?

Y es que el hombre intenta siempre, irremediablemente, poner orden a las cosas. Y las cosas en orden. Hay un sitio para cada cosa y hay cosas para ponerlas en cada lugar. Por ello este llamado “ser humano” ha inventado todo tipo de envases y enseres para meterlo todo dentro de algún continente. Claro está, el continente debe ser apropiado para cada función: armarios para almacenajes estáticos, cajas para el de trasporte, fundas para preservar objetos…

Y es entonces cuando, de pronto, aparece ante ti un objeto dispuesto a contener efímeramente, aunque de manera ordenada, artículos que cubren algunas de las necesidades básicas de los “momentos” que te brinda “tu” vida.

Entonces, piensas… ¿Y porqué no? Y vas y lo compras, y para no perder la tradición de poner una cosa dentro de otra, pides que te lo pongan en una bolsa de plástico, luego envuelto en papel y, luego, el paquete en una caja. Y así ese enigmático objeto se convierte en… tu regalo procedente de los otros dos reyes mágicos".




...Y se lo trajeron los Reyes.

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sábado, 26 de noviembre de 2011

La piedra rara



Escucha, Álvaro. Es más allá del Cerrillo de la tía Manuela, hacia los confines de la Fraga, bajo la frondosa encina que marca la linde, donde se encuentra el alpende de la Moucha. De todas partes iba gente a consultarla y hasta en los fríos días de invierno había hombres y mujeres aguardando su turno. Iban por en Camino Real. Algunos, atravesaban el sembrado de maíz, cuyas hojas se extendían como gallardetes impulsados por un viento que a nada más que a ellas rozase.

Un día llegó hasta él una mujer de labios largos y finos y ojos redondos y claros. Sus alisados cabellos, caían desde la nuca a los hombros recogidos en melena que movía con un movimiento maquinal en su ágil andar. Por eso, aunque había más de diez personas aguardando, ninguna se atrevió a ordenarle que esperase su turno cuando la notaron tan resuelta.

Sentóse Sabina - que así se llamaba la forastera- a la mesa de castaño de la Moucha, que estaba presidida por un viejo Libro de San Ciprián, raído, de hojas pajizas atravesadas mil veces por la polilla y, un poco balbuciente al principio, fue exponiendo sus cuitas.

- Estoy aquí señora Moucha, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Vivo dando clase, aprendiendo a coordinar con algo de serenidad e inteligencia mi sección, aprendiendo a tratar mejor a mi hijo que tiene momentos de comértelo a besos y otros, de comértelo sin más; siguiendo en la medida que pueda el horario de mi régimen (he de comer un montón de veces al día. A lo peor por la diabetes.), procurando mirar y hablar más a mi madre y mi tía, descansando para cuidarme. Estoy como una moto. Noto que el corazón se me acelera. Me despierto de madrugada... Releo las cartas. Trabajo a destajo y descanso cuando ya no puedo más. Siento que no sirvo para nada, que no hago nada bien. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Cómo puedo hacer para que me valoren más?.

La Moucha, sin embargo, la recibió quejándose de sus dolores de reuma y sin mirar ni a ella ni el santo Libro de los conjuros, le dijo:
- Lo siento mucho, joven, pero ahora no puedo ayudarte. Primero he de resolver mi propio problema. Tal vez después...

Y haciendo una larga pausa mientras atraía el pañuelo sobre su frente, alzando los ojos repitió:
- Bueno. Tal vez si tú me ayudas y puedo resolver mi problema, quizá pueda ayudarte a resolver el tuyo.

- Claro -, respondió Sabina que volvió a sentirse desvalorada.

Entonces, la Moucha sacó una piedra violeta que tenía en la faltriquera, se la dio y le dijo:

- Debes vender esta piedra porque he de pagar una deuda. Es preciso que obtengas por ella el máximo posible, pero no aceptes menos de cien duros de plata.

La joven cogió la rara piedra de color y marchó. Cuando llegó al mercado empezó a ofrecerla a los mercaderes. Ellos la miraban y se reían de la mujer cuando oían lo que pedía. Después de ofrecer la piedra violeta a todos los que pasaban por el mercado, abatida por el fracaso, regresó a la Fraga. A Sabina le hubiera gustado tener cien duros de plata para comprar ella misma la piedra y librar de su preocupación a la Moucha para así poder recibir su ayuda y consejos, pero no era ese su caso. Entró en la casa y dijo:
- Moucha, lo siento mucho, pero es imposible conseguir lo que me pidió. Tal vez pudiera conseguir algunas pesetas, pero no creo que se pueda engañar a nadie sobre el valor de esta piedra de color.

- Primero- dijo la Moucha frotándose la pierna- debemos saber el valor de la piedra, así que vete a la ciudad y pregunta al perista gemólogo, pues quién mejor para saber su valor. De todas formas, no importa lo que te ofrezca. No la vendas y vuelve aquí con mi piedra.

La joven Sabina fue a visitar al gemólogo, le mostró la piedra y éste pesándola le dijo:

- Dile a su dueña que si la quiere vender ahora no puedo darle más de quinientos duros de plata, porque, aunque podría ofrecerle ochocientos duros, si la venta es urgente....

Sabina volvió emocionada al alpende para contarle a Moucha lo ocurrido.

- Siéntate, dijo la Moucha. Tú eres como esa piedra, una joya valiosa, rarísima y única que sólo puede ser valorada por un especialista. Se llama tanzanita y es la piedra menos conocida y más codiciada del mundo, pues según el ángulo de que se la mire, tiene colores casi del arco iris, azul, marrón, violeta, verde...

Por eso, Álvaro, cuando esto lo leas o te lo lean recuerda siempre que todos somos como esa joya. Valiosos y únicos. Que no debemos pretender andar por los mercados de la vida pretendiendo que personas inexpertas nos valoren. Aprende a valorar la integridad de quien esencialmente eres, porque únicamente de ese modo podrás transmitir el valor de tu esencia a los demás.

martes, 27 de septiembre de 2011

EL ECO

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Podría describirte, Álvaro, el Cerrillo de Costalo, como un bosquecillo en el interior de un gran bosque de olivos. En él, el bajo llano que divide La Fraga, se eleva en pequeño promontorio y se corona como una mancha donde rompe la carrasca, el quejigo, la encina y el pinar. Es como un mundo dentro de otro mundo, una vida dentro de otra vida.

En sus panderas tiene la guarida el tejón y desde su olvidada era de trilla, hoy invadida por la maleza, tienes las perspectivas más grandiosas del cercano Aznaitín. Salpicado de piedras lunares, ha sido y seguirá siendo el lugar donde las soledades del alma buscan la memoria de los seres queridos que en su día desearon reposar allí y de los que, ahora, sólo puedes percibir su mágica áurea que certifica que es habitado por su espíritu que acaba envolviéndote.

Te explico esto, trocito de mi vida, porque de pequeño me vi. sorprendido en ese mágico lugar por un hecho que hoy, que estamos solos tú y yo, quiero contarte.

Un día de Otoño decidí traspasar los linderos de La Fraga y ascender al Cerrillo de Costalo. Era una aventura, la aventura prohibida, porque ya sabes que en sus proximidades se encuentra la bocamina del pozo. Por eso, mi padre me tenía prohibido internarme en aquel paraje, que me parecía mágico, sin compañía alguna. Seguí la vereda, vadeé el pozo dejándolo a mi derecha y me encaramé en un montículo ahogado de árboles nuevos y distintos, que con sus hojas formaban una apretada pared. Había una leve neblina y las sombras se dibujaban en el aire. La tenue luz parecía moverse en las ramas y troncos como si fueran a acercarse. Sentí deslizarse entre mis sandalias multitud de insectos con toda la prisa de sus patitas entorpecidas y oí tantos ruidos entre el follaje del tojal, que sentí miedo.

Y fue entonces cuando para disipar mi miedo, grité: ¡No eres nadie¡. Para mi sorpresa, en las paredes del Aznaitín oí una voz que repetía: ¡No eres nadie¡. Y armándome de un valor fingido, exclamé: ¡ Cobarde¡, volviendo a recibir una respuesta lejana y repetitiva: ¡ Cobarde¡,!Cobarde!

Abandoné de forma apresurada el Cerrillo y busqué a mi padre. No recibí de él ninguna reprimenda. Recuerdo que cogió, con cariño, mi mano y me hizo subir de nuevo al lugar recién abandonado; puso sus manos abiertas en la comisura de los labios y gritó: ¡Te quiero¡. Quedé asombrado cuando de todos los rincones de La Fraga escuché un sonido que envolvió mi ser: ¡Te quiero, te quiero, te quiero...¡.

Después, Álvaro, sentándose sobre la piedra lunar que está en el centro del Cerrillo, esa que tiene forma de jiba de dromedario, me tomó sobre sus piernas y me dijo amorosamente:

- Mira, hijo, la gente lo llama "eco", pero en realidad es la Vida.

De mayor, querido mío, he comprendido lo que mi padre quiso decirme. Comprendí, al fin, que lo que recibes en tu Vida no es una coincidencia, sino un reflejo de nuestras acciones que te devuelve todo lo que haces. Que si deseas amor, debes crear amor; si deseas felicidad, ofrecerla y si una simple sonrisa, sonreír al alma de los que conozcas.


Y por eso, por todo eso, recuerda siempre, Álvaro, cuando esto lo leas o te lo lean, que si alguna vez no te gusta lo que recibes de regreso, debes revisar muy bien lo que estás ofreciendo.


domingo, 3 de abril de 2011

EL POLLITO NEGRO
















Visitaba la Fraga con unos amigos, Álvaro. Intentaba describirles cómo era, aunque en realidad, quizá sólo pretendiera revivir los momentos que en ella pasé cuando tenía tu edad.

Y al llegar a la explanada que se encuentra junto al cortijo, imaginé la alargada nave que albergó la granja de gallinas que construyó el bisabuelo. Se la describía con tanto detalle, tan minuciosamente, que casi podía ver y tocar su puerta, abrirla, recoger los huevos de los ponederos del lateral de sus muros, mirar la incubadora, poner pienso, grano y agua en sus comederos....

Y fue entonces cuando alguien de ellos, sacándome de mi abstracción, me refirió este cuento para que yo te lo contara.

Cuentan que era un día de primavera en que la dulzura de abril se volvía a derramar una vez más sobre la tierra; el aire era picante, como mezclado de esencias para alegrar el monte; la Fraga vestía traje verde y el cielo recién estrenaba cúmulos blancos y relucientes junto al horizonte, que no eran sino trocitos de nieve que abandonaban con prisa inusitada la cresta del Aznaitín. Los camelios aun conservaban sus flores y ya estaban abiertas las del cerezo y las del espino que engalanan el Camino Real. Los pinos de la entrada reventaban sus mazorcas verdes y estaban llenas de un polen amarillo, como la resina de su tronco, que se dejaba arrastrar por la brisa y festoneaba de amarillo el agua del caz que discurre a sus pies, como si quisieran enviarle muchos microscópicos mensajes de agradecimiento por su fecundidad.

Antes de que el sol saliera, Perico “Ponela” ya se encontraba en el Cerrillo de la tía Manuela abriendo con su escardillo nuevos partidores que dirigieran el riego hasta la encina que se encuentra en los confines de la Fraga. Apartaba zarzas que ahogan al almendro cuando encontró un huevo muy grande. Nunca había visto otro igual, pese a conocer los nidos y polladas de todas las aves que se resguardan en la Fraga. Así que decidió llevarlo al cortijo con la intención de prepararlo para la comida. Sin embargo, Juana María pensó que si lo rompía perdería la curiosidad de saber de qué ave se trataba y decidió colocarlo en el puesto de la clueca que empollaba sus crías en la granja.

Cuentan que a los pocos días nació un polluelo grande y negro que no paró de comer hasta dejar los comederos vacíos y luego, mirando a la gallina con vivacidad le dijo: Bueno, ahora ¡vamos a volar¡.

La gallina, Álvaro, se sorprendió muchísimo de la proposición de su flamante hijito y le explicó que los pollos no vuelan. Pero el polluelo, cada vez que terminaba de comer, repetía: Y ahora... ¡a volar¡.

Todo el gallinero se esforzó en explicarle muchas veces todos los días que los pollos no vuelan. Y así, el polluelo negro y grande fue hablando cada vez más de comer y menos de volar hasta que, tras cumplir su fase de engorde, fue retirado de la granja y sacrificado con sus hermanos en aquel matadero avícola que los hombres tienen a la entrada de la capital.

Fue en el túnel de desplumado cuando aquel obrero se dio cuenta de que no era un pollo, sino un águila real que había nacido para volar muy alto.

Pero... ¡como en el gallinero nadie volaba...¡

Nunca te conformes. La uniformidad puede que te garantice la aceptación, pero te priva de tu esencia única e irrepetible. Recuerda Álvaro que el riesgo de morir en la granja general es muy grande. Que muchas puertas están abiertas porque nadie las cierra, mientras que otras permanecen cerradas porque nadie las abre. Que el futuro tiene muchos nombres, pues mientras para los débiles y resignados es lo inalcanzable y para los temerosos es lo desconocido, para aquellos que lo enfrentan con mente abierta, es la oportunidad.


Y cuando esto lo leas o te lo lean, si te convences de que tus mejores alas están en la mente y en tu corazón, siempre tendrás hambre de volar. ¡Y pese a todo y a todos, te elevarás¡
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sábado, 1 de enero de 2011

Carta del Rey Baltasar a los abuelos


Queridos abuelos:


Melchor, Gaspar y el que os escribe, Baltasar, hemos recibido miles de cartas de vuestros nietos y nietas pidiéndonos todo tipo de juguetes y cacharros. Les habéis ayudado a redactarlas proponiéndoles cosas superfluas, regalos inútiles que dejarán abandonados en cualquier rincón.
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Por eso, ahora que estamos solos nosotros y vosotros, mientras ellos juegan a vivir su genuina inocencia, os vamos a sugerir un nuevo modelo de carta.
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En primer lugar, lo más importante que necesitan los niños es sentir la autenticidad de su propia VIDA. Enseñadles a pedir esperanzas y amaneceres; a escuchar la melodía del agua de un río, a plantar un árbol en el bosque de la Verdad. Y todo ello sin medida.

Hacedles sentir que existen cestas donde recoger el agua y nieves que no se funden al calor de la hoguera, siempre que en nuestros corazones anide el AMOR.

Recordarles que si se cierran a la ILUSIÓN, no podrán comprender que en su imaginación siempre existirán unas alas que jamás han volado.

Que su SOLIDARIDAD se contagie en besos a todos aquellos labios que recuerden la boca que nunca besaron, proponiendo al mundo entero la PAZ, como reflejo de la propia que sólo ellos sienten, en sus tardes, sobre el regazo materno.
.Educadlos en el ESFUERZO guiando su voluntad, pues únicamente así podrán encontrar la estrella que los guíe y ponga norte y rumbo a sus vidas.

Hacedles ver que no están solos en el mundo, que hay otros muchos niños, no tan afortunados como ellos, con los que deben ser generosos. La GENEROSIDAD es la mejor escuela de la vida de vuestros nietos y en ella vosotros deberíais ser sus mejores maestros.
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Y no preguntéis qué les podéis regalar a vuestros nietos este año. Gaspar, Melchor y yo lo hemos hablado y hemos llegado a la conclusión que el mejor regalo que les podéis hacer es un poco más de vuestras personas y de vuestro TIEMPO.
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Ellos lo agradecerán algún día. Y, si no, ¿qué importa? A fin de cuentas, habréis cumplido con vuestra obligación de abuelos, ya que es una de las cosas más importantes y bonitas que puede hacer alguien en este mundo. Y eso llenará vuestras vidas de felicidad y sentido.

Atentamente, Gaspar, Melchor, y, en su nombre, Baltasar.
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Escucha, niño mío, ahora que yo y tú, Álvaro, estamos solos, te quiero contar un cuento:
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