sábado, 26 de noviembre de 2011

La piedra rara



Escucha, Álvaro. Es más allá del Cerrillo de la tía Manuela, hacia los confines de la Fraga, bajo la frondosa encina que marca la linde, donde se encuentra el alpende de la Moucha. De todas partes iba gente a consultarla y hasta en los fríos días de invierno había hombres y mujeres aguardando su turno. Iban por en Camino Real. Algunos, atravesaban el sembrado de maíz, cuyas hojas se extendían como gallardetes impulsados por un viento que a nada más que a ellas rozase.

Un día llegó hasta él una mujer de labios largos y finos y ojos redondos y claros. Sus alisados cabellos, caían desde la nuca a los hombros recogidos en melena que movía con un movimiento maquinal en su ágil andar. Por eso, aunque había más de diez personas aguardando, ninguna se atrevió a ordenarle que esperase su turno cuando la notaron tan resuelta.

Sentóse Sabina - que así se llamaba la forastera- a la mesa de castaño de la Moucha, que estaba presidida por un viejo Libro de San Ciprián, raído, de hojas pajizas atravesadas mil veces por la polilla y, un poco balbuciente al principio, fue exponiendo sus cuitas.

- Estoy aquí señora Moucha, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Vivo dando clase, aprendiendo a coordinar con algo de serenidad e inteligencia mi sección, aprendiendo a tratar mejor a mi hijo que tiene momentos de comértelo a besos y otros, de comértelo sin más; siguiendo en la medida que pueda el horario de mi régimen (he de comer un montón de veces al día. A lo peor por la diabetes.), procurando mirar y hablar más a mi madre y mi tía, descansando para cuidarme. Estoy como una moto. Noto que el corazón se me acelera. Me despierto de madrugada... Releo las cartas. Trabajo a destajo y descanso cuando ya no puedo más. Siento que no sirvo para nada, que no hago nada bien. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Cómo puedo hacer para que me valoren más?.

La Moucha, sin embargo, la recibió quejándose de sus dolores de reuma y sin mirar ni a ella ni el santo Libro de los conjuros, le dijo:
- Lo siento mucho, joven, pero ahora no puedo ayudarte. Primero he de resolver mi propio problema. Tal vez después...

Y haciendo una larga pausa mientras atraía el pañuelo sobre su frente, alzando los ojos repitió:
- Bueno. Tal vez si tú me ayudas y puedo resolver mi problema, quizá pueda ayudarte a resolver el tuyo.

- Claro -, respondió Sabina que volvió a sentirse desvalorada.

Entonces, la Moucha sacó una piedra violeta que tenía en la faltriquera, se la dio y le dijo:

- Debes vender esta piedra porque he de pagar una deuda. Es preciso que obtengas por ella el máximo posible, pero no aceptes menos de cien duros de plata.

La joven cogió la rara piedra de color y marchó. Cuando llegó al mercado empezó a ofrecerla a los mercaderes. Ellos la miraban y se reían de la mujer cuando oían lo que pedía. Después de ofrecer la piedra violeta a todos los que pasaban por el mercado, abatida por el fracaso, regresó a la Fraga. A Sabina le hubiera gustado tener cien duros de plata para comprar ella misma la piedra y librar de su preocupación a la Moucha para así poder recibir su ayuda y consejos, pero no era ese su caso. Entró en la casa y dijo:
- Moucha, lo siento mucho, pero es imposible conseguir lo que me pidió. Tal vez pudiera conseguir algunas pesetas, pero no creo que se pueda engañar a nadie sobre el valor de esta piedra de color.

- Primero- dijo la Moucha frotándose la pierna- debemos saber el valor de la piedra, así que vete a la ciudad y pregunta al perista gemólogo, pues quién mejor para saber su valor. De todas formas, no importa lo que te ofrezca. No la vendas y vuelve aquí con mi piedra.

La joven Sabina fue a visitar al gemólogo, le mostró la piedra y éste pesándola le dijo:

- Dile a su dueña que si la quiere vender ahora no puedo darle más de quinientos duros de plata, porque, aunque podría ofrecerle ochocientos duros, si la venta es urgente....

Sabina volvió emocionada al alpende para contarle a Moucha lo ocurrido.

- Siéntate, dijo la Moucha. Tú eres como esa piedra, una joya valiosa, rarísima y única que sólo puede ser valorada por un especialista. Se llama tanzanita y es la piedra menos conocida y más codiciada del mundo, pues según el ángulo de que se la mire, tiene colores casi del arco iris, azul, marrón, violeta, verde...

Por eso, Álvaro, cuando esto lo leas o te lo lean recuerda siempre que todos somos como esa joya. Valiosos y únicos. Que no debemos pretender andar por los mercados de la vida pretendiendo que personas inexpertas nos valoren. Aprende a valorar la integridad de quien esencialmente eres, porque únicamente de ese modo podrás transmitir el valor de tu esencia a los demás.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sabila, Sabina, tanzanita.

"Aprende a valorar la integridad de quien esencialmente eres".

Gracias por compartir este precioso cuento, Elo. Transmite un gran cariño e infunde mucho coraje.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

¿Cómo se me ha podido despistar, Elo?: Álvaro cada vez está más guapo y valiente. ¡Y mira que es difícil!

Alkaest dijo...

¡Ay! ¿En qué rincón, de nuestro yo profundo, se encuentra ese perito en gemas que nos sepa valorar desde dentro?

Salud y fraternidad.

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Escucha, niño mío, ahora que yo y tú, Álvaro, estamos solos, te quiero contar un cuento:
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