viernes, 21 de mayo de 2010

EL CIBILICERRA

EL CIBILICERRA


Adoras a Pocoyó y hasta has aprendido a manejar el ratón del ordenador para reír con tu juego favorito. Pero, sin embargo, nadie te ha explicado la esencia del juego más simple y divertido que existe, Álvaro.

Por eso, trocito de mi vida, ahora que tú y yo estamos solos, te quiero contar un juego. El juego del Cibilicerra, tal y como alguien, desconocido, lo escribió y yo aprendía a jugar en el tranco de la casa con Tomás, Antoñita, "el Carlillos", Paquito y Mariano, los de Felipe, Colasillo el de la posá, Fernando, Gabriel...
.
Cuentan que una vez se reunieron en la Fraga todos los sentimientos y cualidades del hombre.
.
Cuando el aburrimiento bostezaba por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, propuso: “Vamos a jugar al cibilicerra”. La intriga levantó el ceño extrañada y la curiosidad sin poder contenerse preguntó: ¿Al cibilicerra? ¿Y eso cómo es?. Es un juego, explicó la locura, en que yo propongo la adivinanza de un tipo cualquiera de árbol frutal dando pistas sobre la forma y el color de sus frutos. Al oír la palabra ¡cibilicerra¡, vosotros tendréis que preguntar qué fruta echa, y tras describiros alguna característica de su fruto, aquél que primero lo adivine quedará de guardián del sitio mientras el resto correrá a esconderse durante el tiempo que yo misma disponga dando cuerda al reloj del ronrón. Y cuando ya haya terminado de ronronear, al grito de ¡chichiveo los míos¡, habréis de salir del escondite e intentar volver al sitio de partida sin ser vistos y por sorpresa, pues al primero de vosotros que el guardián encuentre y coja, sin llegar a salvo tocando el tranco, ocupará mi lugar para continuar el juego.

El entusiasmo bailó secundado por la euforia, y la alegría dio tantos saltos que terminó de convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar, la verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué? Si al final siempre la hallaban. Y la soberbia pensó que era un juego muy tonto, porque, en el fondo, lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido de ella. La cobardía prefirió no arriesgarse.

¡Ron, ron, ron, siga cordón...¡, empezó a contar la locura.

La primera en esconderse fue la pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se encontró tras la sombra del triunfo, quien por su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto. La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, pues cada sitio que encontraba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: que si un lago cristalino para la belleza; que si la hendija de un árbol, perfecto para la timidez; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la libertad... Y así terminó en ocultarse en un rayito de sol.

El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero solo para él. La mentira se escondió en el fondo de los océanos. Mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris, y la pasión y el deseo en el cuarto de los volcanes. El olvido, se me olvidó donde se escondió, pero, eso no es lo importante.

Cuando la locura acabó su monocorde ronroneo, y gritó: "¡chichiveo los míos¡", el amor aún no había encontrado sitio para esconderse, pues todo estaba ocupado... Al fin, divisó un rosal y enternecido decidió esconderse entre sus flores.

La primera en aparecer fue la pereza solo a tres pasos de una piedra. Después se escuchó a la fe discutiendo con Dios sobre zoología, y a la pasión y el deseo las sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. El egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió de su escondite, que resultó ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed y, al acercarse al lago, descubrió la belleza. Con la duda resultó todavía más fácil, pues la encontró sentada cerca sin decidir aún de qué lado esconderse.

Así fue encontrando a todos. El talento, entre la hierba fresca; a la angustia, en una oscura cueva; a la mentira, detrás del arco iris (mentira que estaba en el fondo de los océanos), y hasta encontró al olvido, pues se le había olvidado que estaba jugando al cibilicerra.

Sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol de la Fraga, entre las encinas y retamas del Cerrillo de Costalo, en el sifón del barranco del miedo, en las cimas del Aznaitín, en el almencino del Cerrillo de la tía Manuela, y hasta dentro de la alberca de Gililla. Y cuando estaba por darse por vencida, divisó el rosal que crece a la vera del caz. Tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas cuando, de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, Álvaro, desde que por primera vez se jugó al cibilicerra en la Fraga, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña. La Pereza y el Olvido, que siempre eran los primeros en ser descubiertos y aprehendidos, acabaron por adueñarse del tranco de la puerta del juego y, desde entonces, niño mío, ya nadie juega al Cibilicerra en Mágina.
.
Pero el recuerdo y la nostalgia, que nunca dejan que el tiempo feliz de la infancia sea un tiempo perdido, me ha visitado hoy y me ha dicho que te diga que, cuando esto leas o te lo lean, alejes de tu vida, por siempre, aquellas sensaciones y sentimientos que te puedan hacer indolente y olvidadizo, para que nunca muera aquello que, en definitiva, te haga vivir.
.

5 comentarios:

Fiz dijo...

Oye Álvaro: un día tendremos que jugar todos juntos, con tu abuelo, al Cibilicerra, ¿Vale?

Porque parece que el Cambio, que no se cansa nunca de mover y modificar las cosas, también jugó y corrió hasta el tranco ganando a la Locura. Y entonces, como el Cambio no puede parar quieto, decidió sustituir los juegos autóctonos y auténticos por otros juegos más tecnológicos, como el de tu Pocoyó...

Enfín, que el Cambio se encarga de que todo evolucione. Bueno... !Todo no! El Cambio es, Àlvaro, lo único que no cambia nunca.

Bueno, vamos allà: !Ron, ron, ron, siga cordón...!

Pilara dijo...

El reloj del ronrón no descansa.

¡Aligera!

Aprovecha que eres el dueño de ese tiempo infantil que puedes distribuir a placer. Gástalo con toda generosidad porque llegará el día que ante tanta magnificencia, prodigalidad y derroche puedan tacharte de dejadez,holgazanería o negligencia.
Pero recuerda siempre que incluso siendo este reloj implacable y arbitario cada segundo te pertenece.

Así es que, Alvaro, no te aflijas. No hay motivo de desazón, siempre la vida bulle. No importan las condiciones, lo fundamental es que exista VIDA y ésta fluya.

Anónimo dijo...

¡Qué chico grande tenéis ya! Está precioso.

KALMA dijo...

Hola! El amor no aparece por ningún sitio porque siempre está presente en el juego.
Cibilicerra y la vida tiene mucho en común, todos los elementos humanos que afloran de lo más adentro del ser y pasan, uno primero... otro... Y ya seme a pasado (jajaja)
¡Juega todo lo que puedas con Alvaro!
Un abrazote.

Chis dijo...

Tus cuentos para Alvaro emanan una ternura que seguro disfrutais al máximo los dos, tú y él. Enhorabuena

.
Escucha, niño mío, ahora que yo y tú, Álvaro, estamos solos, te quiero contar un cuento:
.

Page copy protected against web site content infringement by Copyscape