domingo, 28 de noviembre de 2010

"Elo"


Aprendes deprisa, Álvaro. Has pasado de identificar el pequeño cosmos de los juegos de tu habitación, a nombrar a los personajes de tus cuentos preferidos, a tus amiguitos de clase y hasta cada uno de los miembros de tu familia. Lejos quedan ya aquellos días en que pronunciaste, quizá, las más hermosas palabras: "mamá" y "papá", porque el universo de tu vocabulario se expande, casi sin límites, y , ahora, cada día nos sorprendes con tus nuevos descubrimientos de unas novísimas palabras que, rápidamente adaptamos.

Y sin embargo, pocas veces comprendemos que no sólo estás aprendiendo a hablar, sino que has comenzado tu participación activa en el mundo creado, pues has de saber pequeño mío, que el acto más sublime de la Creación no consistió en hacer la luz ni poner a los planetas en órbita, sino en otorgar al hombre el cometido de poner nombre a todo lo viviente, porque lo hizo copartícipe y con su conocimiento lo asemejó a la propia imagen del Creador, ya que sólo el hombre es capaz de comunicarse y responder con su palabra.

Por eso nos empeñamos en que nos repitas, insistentemente, tu identificación nuestra. Y como letanía, te repreguntamos el "quién soy yo". Y yo, querido Álvaro, para ti soy el "elo".

Por eso, pequeño mío, gotita de mi sangre, en esta tarde lluviosa de otoño, quiero contarte no un cuento, sino un sentimiento.

Eres tú, con tu dulce ingenuidad, quien me hace recorrer cada uno de los peldaños de la familia y disfrutar de las relaciones que entre todos sus miembros se fraguan. Y si al convertirme en padre, aprendí a ser hijo, no ha sido sino cuando me convertí en tu "elo", cuando comencé a comprender lo que representa ser padre.

Al darte mi mano no sólo deseo que notes el apoyo físico que te ayude a sortear peligros, sino que sientas presente el eslabón necesario. Que notes esa complicidad del adulto a quien contar secretos sin recriminaciones, fraguando pactos secretos. Que comprendas que ni tu ni yo, precioso niño, estamos en esa cadena que se autoexcluye del placer que da el disfrute de las pequeñas cosas y que, pese a la distancia de la edad, estamos en una misma dimensión. Que tenemos un mundo que es exclusivamente nuestro.

Contigo, volveré a extasiarme ante el volteo de campanas de cada templo; sentiré el paso del tiempo acompañando las manecillas de cada reloj de sus torres; me mancharé los zapatos de barro persiguiendo lagartijas en tardes de otoño; revisaremos cada árbol de La Mojonera en busca de nidos, escucharé el coro de ranas de la alberca de la Fuente de la Seda, recolectaremos ramilletes de violetas cada mes de enero... y hasta te acercaré la silla que te ayude a alcanzar el bote de los caramelos ocultos en la repisa de la cocina.

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Y cuando esto leas o te lo lean, recuerda, trocito de mi vida que, como fuentes de cariño mutuo, quizá algún día podré aportarte el sosiego de mi experiencia y el disfrute del tiempo que ya relativizo, porque ya tú, y sin saberlo, me estás brindando ese aire fresco que me proporciona un enfoque distinto de la Vida desde el punto de vista de tu generación.

10 comentarios:

juancar347 dijo...

Algún día, Álvaro comprenderá la suerte que tiene con su Elo y la ternura con que éste lo ve crecer, expanderse como una pequeña estrella por el universo mágico de la niñez. Siento un poquillo de tristeza, porque yo apenas pude disfrutar de mis Elos, aunque en mi juventud, sin duda, bailé (muy mal porque soy un soso) al ritmo de Electric Light Orchestra; pero claro, ese fue ELO inesperado. Un abrazo y no dejes de ilusionarnos a estos Álvaros que en el fondo somos todos los que te conocemos y queremos.

SYR Malvís dijo...

Las circunstancias, Juankar, tampoco me permitieron conocer a mis abuelos. Y de mis abuelas, tan sólo a Isabel, la paterna, de la que ya Mss. Brillet te contara en aquella lluviosa tarde en Mágina cómo le birlaba la peseta de la faltriquera mientras dormitaba ante el hogar, corriendo hasta el rellano de la entrada, seguro, como estaba, de que su avanzada edad, la artrosis y los dos escalones que nos separaban, me permitían hacerle muecas burlonas mientras oía sus amenazas: " cuando venga, se lo diré a tu padre...". Y te aseguro que se lo decía. ¡ como te lo diría¡. Me ponían el culito rojo, pero ¡ aquella peseta de garbanzos tostaos, me sabía a gloria¡.

Ahora intento no ocupar el lugar de nadie. Prefiero ser para Álvaro una tabla a la deriva a la que pueda asirse, si quiere, cuando lleguen tempestades en su infancia y adolescencia.

Un abrazo

Baruk dijo...

Alvaro, bonito, tras leer los pensamientos en voz alta de tu abuelito, sólo puedo decir que pronto aprenderas a sumar y entonces comprenderas esa Ley matemática donde "el orden de los factores no altera el producto", así que:

....OLE tu ELO!


***

KALMA dijo...

Hola! ¡Qué belleza hay en los sentimientos! Y en tus palabras, cuando Alvaro pueda leerlo ¡Qué feliz! Yo tampoco conocí a mis abuelos, eso sí, conocí a la gran Antonia Montes.
Y, me voy a permitir copiar unos versos de la poesía de José Hierro a UN NIÑO:

"Rey de un trigal, de un río, de una viña:
así habrá de soñarse. Y libre. Dueño
de sí, hoguera perpetua en que arda el leño
de la verdad. Y que el amor lo ciña.

Querrá subir hasta que el cielo tiña
de claridad el bronce de su sueño.
Pero no hay alas. Se herirá en su empeño,
y llorará sobre su frente niña..."

Pero con su elo ¡Todo serán más fácil!

Un beso.

Unknown dijo...

Que forma más bonita de contar cuentos de la vida,yo siempre te admiraré por tus cuentos y por tu persona, te quiero mucho chico.

Fendetestas dijo...

El curso de la vida se comprende desde otra perspectiva cuando se pasa de hijo a padre y después (si hay suerte) a abuelo. Nos buscamos a nosotros mismos en nuestros descendientes, que vienen a "inmortalizarnos" en sus genes y en su memoria. El abuelo siempre es más permisivo que el padre, más dulce y menos exigente...tal vez sea por las neuronas canosas o tal vez por la comprobación (a veces demasiado tardía) de la futilidad y banalidad de la mayoría de las cosas tangibles a las que damos demasiada importancia.

La vida de los nietos pasa como un torrente desbocado y arrollador hacia un futuro siempre prometedor y a los abuelos se les pone una sonrisita casi infantil (el que esté o piense que estará libre... que tire la primera piedra).

Saludos y un abrazo.

SYR Malvís dijo...

Gracias, querido Fende. Una bella reflexión que me ha hecho esbozar una sonrisa y hacerme caer la baba.

Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Y yo quisiera decirte a ti y al Álvaro que será, que yo no te veo como una tabla a la deriva, una tabla de salvación, sino como una
embarcación que puede acogerle y mantenerle seguro cuando la mar esté brava, cuando esté cansado... o mejor como un puerto donde poder
atracar o una bahía tranquila donde fondear o, mejor aún, como el
marino que gobierna la embarcación o que le espera en el puerto o en
la playa para escucharle, hablar con él, hacer unas risas, invitarle a comer, ofrecerle un lugar donde descansar... como su Elo. Sí ocupas el lugar de alguien, el tuyo, el que te corresponde, el de su abuelo.

Elo, qué nombre tan bonito te ha dado Álvaro. Incluso podría ser
también el final de Manuelo. No, suena mejor como el principio de
Abuelo. Sí, el principio, el primer nombre para llamarte a ti, a su abuelo. Elo. Sí, suena muy bien, Elo.

Buenas noches, Elo.

Eduard dijo...

Al escritor de cuentos, speaker alternativo, futuro conciliador, amigo de una panda de pirados, sufrido marujito, aceitunero alivo y, a ratos libres, picapleitos.

Bon día y que sepas que te quiero.

Anónimo dijo...

Álvaro, el anónimo de esta entrada es mío.

Aunque no conozco a Elo en persona, aunque nunca nos hayamos visto cara a cara, sé que es así, que puede ser y será para ti así.

Normalmente, firmo Anderea, me llamo Almudena y, a pesar de mi nombre de origen árabe, soy del norte, vasca.

Me gustan mucho tus fotografías de ahora que tú eres niño pequeño. Eres guapo, despierto, explorador, serio y divertido... Me encanta leer lo que tu abuelo cuenta de ti. Elo tiene mucha suerte de que seas su nieto.

Un muxutxu (un besito) al chico grande que eres y un saludo con mucho cariño al chico guapo que serás.

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Escucha, niño mío, ahora que yo y tú, Álvaro, estamos solos, te quiero contar un cuento:
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